SINFONÍA DEL SILENCIO
Miguel Suárez Sandoval
LA MUERTE es el inicio de una nueva vida; es el despertar
del que está dormido. ¡Muerte, eres vida; pero por sarcástica, el mundo, para
señalarte, te puso como nombre “muerte”!
La muerte es solo el inicio de la
desintegración de la materia y el momento en que el espíritu se escapa. La
materia es materia y nunca por sí sola tuvo vida; y el espíritu es inmaterial,
inmortal…, eterno. ¡La muerte no existe!
Lo que beneficia al hombre es el
afán que tiene de vivir; porque no alcanza a comprender la vida. Cree que todo
acaba con la desintegración a la que llama muerte.
La vida tiene dos etapas
fundamentales: la primera que se identifica con el nacimiento; y la segunda,
posterior a la desintegración. La primera depende de elementos ajenos a la
voluntad y esfuerzo; pero la segunda es el producto del trabajo y las
circunstancias. Dos etapas distintas, pero una sola en esencia.
Las etapas de la vida… Cada una de
ellas comienza con una agonía. La primera, de la persona que nos expulsa e
impulsa a la vida, y la segunda, en cada hombre, en el momento “trascendental”
en que se inicia la separación de los dos elementos que la forman, sin llegar,
hasta ese rato, a la desintegración. El momento “trascendental” es presente;
pero, para el que entra en trance, ese presente, deja de ser un “punto” porque
comienza a vivir y a ver las cosas de una manera extrasensorial; es un presente
que no tiene pasado ni futuro; es estable. Así deviene la segunda vida que
continúa en el tiempo… como negación de la primera. La muerte forma parte de la
vida; y, la vida –¡qué ironía!– forma parte de la imagen de la muerte.
Vivamos en la muerte si vivir
podemos, y en la muerte seremos lo que no hemos sido. Muerte es dolor; pero
también es placer, porque al dolor liquida; libera el alma de un cuerpo
corrompido, canceroso, prostituido.
La muerte es camino a la vida, es
sendero desconocido que nos conduce a lo perenne, estable, a la vida de los
siglos de los siglos. Muerte es el cántico de gloria con notas de silencio que
se cuelgan en las ramas de los árboles, en las cosas…, en la nada. Es
clarinada, es trompeta que anuncia que nos vamos. Es pasado que se junta con el
futuro. Es futuro que deslumbra. La muerte es sinfonía, con notas de silencio,
en un pentagrama que es la tierra.
La muerte es el final de un haber
amado; pero es el inicio de un amor que continúa. La muerte nos confunde y, en
democracia de ultratumba, usufructúa lo que se ha sembrado en los años que
anteceden. La muerte es el trayecto que recorre la gota de lluvia antes de caer
al río que nos llevará al mar y volveremos a ser lo que hemos sido. Es eterno
peregrinaje en los espacios siderales. Vuelve la parte al todo y al final nos
habremos confundido.
“Vuelve el polvo al polvo”, el agua
al agua. ¿Y el hálito de vida que se fuga de un cuerpo corrompido, que se
escapa de una sociedad que es leprosorio…, de un cuerpo que no siente…, que se
“muere”, que se pudre? ¿Qué se hace? La muerte es la vuelta de la parte al
todo; la materia a la materia. ¿Y el resto… es un suspiro? ¿Es substancia que
forma parte de la vida? ¿O es la vida que se disipa con la muerte?
Muerte es la huella que dejan los
pasos del que ha venido y se fue: muerte es la cola del cometa de la vida en su
fugaz carrera; muerte es luminaria que con anticipación hay que prenderla
cueste lo que cueste. La “muerte” es parte de la vida, porque en el verdadero
concepto, en la magnitud de lo que es el hombre, no hay solución de
continuidad; pero, como nuestros sentidos no están capacitados, no entendemos.
Muerte es posibilidad para existir verdaderamente libres; es el momento supremo
donde en verdad la libertad existe. Si la vida es dolor, la muerte es placer.
En la vida todo es negativo: solo la muerte es algo positivo. Es donde la
temporalidad termina y a partir de ese rato todo es perenne. ¡Qué corta es la
vida, qué grande es la muerte!
El hombre muere si se ha convertido
en cenizas el último leño del último árbol que se haya plantado; la segunda
vida equivale a la cosecha obtenida por el agricultor. Cada hombre es, en su
vida y en su mundo, un agricultor.
(Publicado por primera vez en la revista Imágenes, Nº 22 – Lima, 1985).
No hay comentarios:
Publicar un comentario